Capítulo 1
Barrok fue tomado debajo de los brazos por dos soldados y lo arrastraron
fuera de la celda y luego de conducirlo por un largo pasillo lo dejaron en una
habitación de grandes dimensiones. Allí el aire era menos denso y más
respirable. Durante todo el día le dieron agua fresca para beber y buenos
alimentos. A la noche descansó en el mismo sitio.
A la mañana siguiente sentía como sus fuerzas se habían reestablecido, al
menos lo suficiente como para moverse por sus propios medios. No entendía
porque lo habían trasladado a aquel lugar, ni tampoco porque se habían
preocupado por hacerlo sentir mejor.
Cerca del mediodía los mismos soldados se hicieron presentes y lo
escoltaron hasta una nueva sala. Allí se hallaba un hombre entrado en años, de
rostro lánguido, llevaba su largo cabello negro atado en un rodete sobre la
cabeza. Tenía los ojos negros y penetrantes. Con un gesto de su mano indicó a
su visitante a que tomara asiento.
-¿Cómo ha sido tu estadía hasta el momento? –inició el delgado hombre con
sarcasmo cuando Barrok se sentó -.Perdón ¿dónde están mis modales? Soy Lesmar
el alcaide de la prisión.
-¿Qué hago aquí? –preguntó el prisionero sin dejarse intimidar.
-Directo al punto, eso me agrada. Estas aquí, para obtener redención.
-¿De qué habla?
-Sabes bien que tu sentencia es pasar aquí el resto de tus días –se paró y comenzó
a pasear por la habitación con las manos en la espalda -.Pero tienes una
oportunidad de evitar ese horrible destino –Barrok permaneció en silencio
-.Fuiste un general de renombre y necesito esas habilidades.
-¿Qué se supone que debo hacer?
-Es simple. Tú y un grupo de cuatro hombres, también de esta prisión, deben
acompañar a mis soldados hasta la isla Lakar al este del reino de Anaviv. Trasladaremos
en barco uno objeto muy preciado y ustedes ayudaran en caso de que haya algún
inconveniente.
-¿Cómo cuál inconveniente?
-Cualquiera que surja –respondió con
naturalidad.
-Hay muchas cosas que no entendió.
-No es necesario que lo hagas. Lo importante es que entiendas que si haces
lo que te pido al llegar a la isla serás libre. Mis hombres tienen la orden de
dejarte ir cumplida la misión.
-¿Es en serio? –sintió como una gran emoción lo invadía.
-Sí, pero mi oferta tiene fecha de vencimiento y es ahora. Así que dame tu
respuesta.
Barrok dudó, sabía que había algo malo, una trampa en todo esto, que de
momento no lograba ver. Pero por otro lado no tenía ninguna posibilidad en la
prisión.
-No tengo opción, lo haré.
-Perfecto. Entonces el grupo ya está conformado. Estos gentiles hombres te
acompañaran para que conozcas a los hombres que tendrás a cargo.
El alcaide volvió a su silla, y colocó toda su
atención en unos papeles en su escritorio. Barrok hizo una especie de gruñido frente
a tan desagradable sujeto y se levantó dispuesto a marcharse, para la voz del
hombre lo hizo girar sobre sus talones.
-¡Ah! Barrok -exclamó -.Me olvidaba. Adiós –sonrió con cinismo.
*
* *
Después de unos minutos de caminata los dos guardias lo hicieron ingresar a
una celda mucho más grandes que las habituales. Cerraron la puerta tras sí, y
se abrió una pequeña rendija donde un soldado observaba continuamente. Barrok miró
a las cuatro personas allí presentes.
Eran tres hombres y una mujer. Uno
de los varones tenía un cuerpo fornido, marcadas facciones y un mentón fuerte
coronado con una barba candado. El segundo era un hombre extremadamente obeso,
en el rostro tena dibujado una expresión de ingenuidad y superaba los dos
metros de altura (siendo más alto que Barrok). El tercero era un joven delgado,
con el cabello rapado y permanecía sentado con los ojos cerrados. En tanto la
mujer era de una belleza extrema, no debía superar los veinte años de edad,
llevaba el cabello rojo como el fuego largo hasta la cintura, un cuerpo bien
formado y de generosas curvas.
El prisionero de la barba candado se levantó de su asiento y se paró frente
a Barrok, tenían casi la misma altura.
-Ah sí que tú serás nuestro líder –masticaba cada letra, el general
permaneció en silencio -. ¿Quieres saber algo? no tengo el más mínimo interés en
seguirte.
-Qué coincidencia, yo tampoco tengo el más mínimo interés en que estés
cerca mío. Lo único que me importa es mi libertad.
Barrok avanzó unos pasos pero la mano del hombre lo detuvo.
-Nadie me deja con la palabra en la boca, la última palabra es mía, siempre.
Que te quede claro –exclamó con ira.
-¿Cómo te llamas? –lo miró.
-Tiberius.
-Te diré Tiberius nadie me amenaza –lo tomó del brazo y se lo retorció, el
hombre comenzó a gemir de dolor –Que eso también te quede claro –lo liberó.
Kannot tomó asiento en el suelo igual que los otros tres prisioneros, y
allí permaneció con los ojos cerrados. Necesitaba silencio y tranquilidad para
poder entender lo que estaba sucediendo, para ver donde se encontraba la trampa
del Alcaide. Sabía muy bien que la orden impartida era que de aquel viaje no
volviera con vida, ni él ni sus “nuevos soldados”, y para evitarlo debía tener
un plan listo. Pero lo que estaba a punto de vivir jamás en la vida lo hubiera
imaginado.