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miércoles, 26 de febrero de 2014


Capítulo 1

 

Barrok fue tomado debajo de los brazos por dos soldados y lo arrastraron fuera de la celda y luego de conducirlo por un largo pasillo lo dejaron en una habitación de grandes dimensiones. Allí el aire era menos denso y más respirable. Durante todo el día le dieron agua fresca para beber y buenos alimentos. A la noche descansó en el mismo sitio.

A la mañana siguiente sentía como sus fuerzas se habían reestablecido, al menos lo suficiente como para moverse por sus propios medios. No entendía porque lo habían trasladado a aquel lugar, ni tampoco porque se habían preocupado por hacerlo sentir mejor.

Cerca del mediodía los mismos soldados se hicieron presentes y lo escoltaron hasta una nueva sala. Allí se hallaba un hombre entrado en años, de rostro lánguido, llevaba su largo cabello negro atado en un rodete sobre la cabeza. Tenía los ojos negros y penetrantes. Con un gesto de su mano indicó a su visitante a que tomara asiento.

-¿Cómo ha sido tu estadía hasta el momento? –inició el delgado hombre con sarcasmo cuando Barrok se sentó -.Perdón ¿dónde están mis modales? Soy Lesmar el alcaide de la prisión.

-¿Qué hago aquí? –preguntó el prisionero sin dejarse intimidar.

-Directo al punto, eso me agrada. Estas aquí, para obtener redención.

-¿De qué habla?

-Sabes bien que tu sentencia es pasar aquí el resto de tus días –se paró y comenzó a pasear por la habitación con las manos en la espalda -.Pero tienes una oportunidad de evitar ese horrible destino –Barrok permaneció en silencio -.Fuiste un general de renombre y necesito esas habilidades.

-¿Qué se supone que debo hacer?

-Es simple. Tú y un grupo de cuatro hombres, también de esta prisión, deben acompañar a mis soldados hasta la isla Lakar al este del reino de Anaviv. Trasladaremos en barco uno objeto muy preciado y ustedes ayudaran en caso de que haya algún inconveniente. 

-¿Cómo cuál inconveniente?

-Cualquiera que surja –respondió  con naturalidad.

-Hay muchas cosas que no entendió.

-No es necesario que lo hagas. Lo importante es que entiendas que si haces lo que te pido al llegar a la isla serás libre. Mis hombres tienen la orden de dejarte ir cumplida la misión.

-¿Es en serio? –sintió como una gran emoción lo invadía.

-Sí, pero mi oferta tiene fecha de vencimiento y es ahora. Así que dame tu respuesta.

Barrok dudó, sabía que había algo malo, una trampa en todo esto, que de momento no lograba ver. Pero por otro lado no tenía ninguna posibilidad en la prisión.

-No tengo opción, lo haré.

-Perfecto. Entonces el grupo ya está conformado. Estos gentiles hombres te acompañaran para que conozcas a los hombres que tendrás a cargo.

  El alcaide volvió a su silla, y colocó toda su atención en unos papeles en su escritorio. Barrok hizo una especie de gruñido frente a tan desagradable sujeto y se levantó dispuesto a marcharse, para la voz del hombre lo hizo girar sobre sus talones.

-¡Ah! Barrok -exclamó -.Me olvidaba. Adiós –sonrió con cinismo.

 

*  *  *

 

Después de unos minutos de caminata los dos guardias lo hicieron ingresar a una celda mucho más grandes que las habituales. Cerraron la puerta tras sí, y se abrió una pequeña rendija donde un soldado observaba continuamente. Barrok miró a las cuatro personas allí presentes.

 Eran tres hombres y una mujer. Uno de los varones tenía un cuerpo fornido, marcadas facciones y un mentón fuerte coronado con una barba candado. El segundo era un hombre extremadamente obeso, en el rostro tena dibujado una expresión de ingenuidad y superaba los dos metros de altura (siendo más alto que Barrok). El tercero era un joven delgado, con el cabello rapado y permanecía sentado con los ojos cerrados. En tanto la mujer era de una belleza extrema, no debía superar los veinte años de edad, llevaba el cabello rojo como el fuego largo hasta la cintura, un cuerpo bien formado y de generosas curvas.

El prisionero de la barba candado se levantó de su asiento y se paró frente a Barrok, tenían casi la misma altura.

-Ah sí que tú serás nuestro líder –masticaba cada letra, el general permaneció en silencio -. ¿Quieres saber algo? no tengo el más mínimo interés en seguirte.

-Qué coincidencia, yo tampoco tengo el más mínimo interés en que estés cerca mío. Lo único que me importa es mi libertad.

Barrok avanzó unos pasos pero la mano del hombre lo detuvo.

-Nadie me deja con la palabra en la boca, la última palabra es mía, siempre. Que te quede claro –exclamó con ira.

-¿Cómo te llamas? –lo miró.

-Tiberius.

-Te diré Tiberius nadie me amenaza –lo tomó del brazo y se lo retorció, el hombre comenzó a gemir de dolor –Que eso también te quede claro –lo liberó.

Kannot tomó asiento en el suelo igual que los otros tres prisioneros, y allí permaneció con los ojos cerrados. Necesitaba silencio y tranquilidad para poder entender lo que estaba sucediendo, para ver donde se encontraba la trampa del Alcaide. Sabía muy bien que la orden impartida era que de aquel viaje no volviera con vida, ni él ni sus “nuevos soldados”, y para evitarlo debía tener un plan listo. Pero lo que estaba a punto de vivir jamás en la vida lo hubiera imaginado.

martes, 25 de febrero de 2014

La redención de Barrok


Prólogo

 

Descalzo y encadenado caminaba sobre las filosas piedras rumbo a Melgir, la peor prisión de los cinco reinos. Lo único que nos demostraba a los prisioneros que estábamos vivos eran las llagas de nuestros pies y la carne cortada por los latigazos de los guardias.

A lo lejos divisé como se alzaba imponente lo que sería mi nueva morada. Miré los rostros de los demás hombres que venían conmigo, en sus rostros ya no había resignación, no había dolor, no había nada.

Por fuera el frío de las montañas congelaba los huesos. Dentro el calor era sofocante. Las celdas eran cubículos individuales, cuadradas de un metro cincuenta por un metros cincuenta, sin ventanas. Tales dimensiones eran parte del castigo. Imaginen que ese solo espacio era mi mundo, peor aún si tienen en cuenta que yo mido cerca de los dos metros. La comida y agua se daba una vez al día a través de una compuerta de la celda, el horario era rotativo, imagino que para que jamás sepamos la hora exacta. En aquel sitio no existía ni el día ni la noche, solo paredes de piedra revestidos de metal.

Los castigos no terminaban allí. Asiduamente los guardias azotaban y golpeaban a los hombres o entraban de a grupos a las celdas de las mujeres para violarlas. Tan extremos eran los castigos que muchos morían, hombres y mujeres por igual. Siempre era similar se escuchaban los gritos de dolor y luego pasos arrastrando pesadamente los cuerpos. Pero ellos no eran los desafortunados, esos éramos nosotros, los que vivíamos envidiábamos a los muertos.

Una vez a la semana por una hora nos sacaban al patio para hacer ejercicio que consistía en caminar en rondas hombres por un lado y mujeres por otro, sin contacto. Era el único momento en que algo de aire puro entraba en los pulmones.

Luego de nuevo en la celda, la única realidad eran las cuatro paredes, los lamentos y suplicas de los prisioneros.

Aquellos bendecidos por los dioses morían en un par de días, otros en un par de semanas. Los que llegaban a vivir varios meses por lo general habían enloquecido y se los ejecutaba. Pero a los que los dioses ignoraban, como a mí, llegábamos a vivir el año. En ocasiones se ejecutaban personas para hacer lugar a nuevos prisioneros. Lo que se oía era los guardias abrir la celda y entonces sabias que era tu hora.

Un día me sucedió a mí, oí las llaves entrar en las cerraduras y ver tres guardias entrar. Entonces lo supe, no se iba a tratar de un castigo físico, tampoco era el momento del ejercicio, en realidad se trataba de que los dioses habían cortado el hilo de mi vida, se trataba de que me había llegado la hora.