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martes, 25 de marzo de 2014


Capítulo 4

 

Barrok miraba como el sol comenzaba a ocultarse, el segundo día desde que llegaron al pueblo estaba muriendo al igual que Tainina. Ninguna medicina o rezo había logrado sanarla, y con cada segundo que pasaba su estado empeoraba más y más.

-He finalizado con mis oraciones de curación. Dudo que en esta ocasión sea diferente a las otras veces. Ella cada vez está peor –se lamentó Somar acercándose por detrás.

-Quiero respuestas, clérigo, es la única forma de encontrar una solución –exigió el general sin mirarlo.

-Te diré todo cuanto quieras saber.

 

*  *  *

 

Alrededor de una mesa redonda de madera Somar se sentó junto a los cuatro hombres expectantes de conocer el secreto del pueblo. Tainina por su parte yacía acostada en una de las habitaciones inconsciente debido a la alta fiebre.

-Como les dije –comenzó el sacerdote –nuestro pueblo está sufriendo una epidemia desconocida por todo Anilorar. Las personas mueren sin que nadie pueda hacer nada por salvarlos. La enfermedad se mostró sumamente contagiosa, aquellos que aún no nos enfermamos fue por gracia del Gran Ezus. Pero eso no es todo. Por alguna razón que desconozco, aquellos que sucumben a la enfermedad, no logran el descanso. Sus cuerpos son reanimados por una energía superior. Son seres sin sentimiento ni comprensión, son monstruos… bueno ustedes ya lo vieron.

-¿Todos los que murieron volvieron a la vida? –quiso saber Barrok.

-Todos. Es por ello que luego de mucho deliberar decidimos cremar los cuerpos para evitar esta horrible situación. Con Gerar… me refiero a aquel que enfrentaron, no quisimos incinerar su cuerpo debido a que era un miembro respetable de nuestro pueblo. Creímos que atándolo y enterrándolo bien hondo alcanzaría.

-Se equivocaron –agregó Tiberius.

-Sí, lo sé -se lamentó.   

-Necesitamos encontrar la cura –exclamó el antiguo general - ¿Cuánto hace que apareció esta enfermedad?

-¿Cuánto? Bueno creo que fue hace dos meses, no –se corrigió –ya son casi tres meses.

-¿Algún acontecimiento en particular en ese tiempo?

-No que yo recuerde.

-Intente hacer un mayor esfuerzo –insistió Barrok.

El clérigo cerró los ojos para lograr la mayor concentración, tardó unos segundos pero al fin volvió a hablar.

-Lo único que recuerdo es la visita de un hombre un tanto… extravagante.

-¿Por qué lo dice?

-Bueno se pasaba varias horas del día en la costa, venía muy poco al pueblo, no se trataba con nadie, y así como apareció un día al otro desapareció.

-¿Ya había personas enfermas cuando él estaba?

-No –exclamó Somar entendiendo la importancia de ese dato -.Las primeras víctimas aparecieron días después.

-¿Puede describir a ese hombre?

-Bueno era una persona entrada en años, llevaba el cabello y la barba larga blanca como la nieve. Pero a pesar de sus años tenía un cuerpo fornido.

-¿Habló usted con él?

-Poco, era antisocial. Ninguna de nuestras conversaciones fue relevante.

-Entiendo.

-Creo que ya tenemos algo –agregó Nomed -.Hay que decidir cómo seguir.

-Tengo una idea para ayudar a Tainina –concluyó Barrok.

-¿A quién le importa ella y toda este maldito pueblo? -interrumpió Tiberius de forma brusca -¡Que se muera! Es mejor irnos antes de contagiarnos nosotros.

-Creo que eso ya es tarde para ti –respondió el general sin inmutarse y señalándole unas postulas que se le visualizaban en el brazo -.También estas enfermo.

Tiberius permaneció en silencio había sentido algunos síntomas aquel día pero no esperaba haberse enfermado. Ahora correría la misma suerte que todas las anteriores victimas a menos que ayudara a encontrar una solución.

-Sera mejor apresurarnos, es obvio que tenemos poco tiempo –dijo Nomed con preocupación.

 

*  *  *

 

Sin mucho para empezar a investigar los cuatro hombres decidieron visitar la costa donde el extraño pasaba largas horas del día. Armados tan solo con espadas que Somar les proveyó marcharon hacía el lugar. Al arribar se encontraron con una barranca de varios metros de altura y en el fondo el mar que chocaba con fuerza contras las paredes de roca.

-¿Y ahora qué? –preguntó Tiberius molesto, su estado de salud era a cada segundo peor -.Aquí no hay nada.

-No creo que estemos errados –respondió Nomed -. Siento rastros de magia en este lugar.

-¡¿Qué tontería es esa?!

-Cierra la boca, Tiberius –exclamó con autoridad Barrok -¿Realmente puedes sentir la magia? –le preguntó al joven de los ojos cerrados.

-Solo si es muy fuerte, como en este lugar.

-Pero… aquí… no hay… nada –participó el obeso Celden.

-No, aquí no. Creo que tendremos que bajar –Barrok miró hacia abajo.

El general tomó una soga atada a su cintura y se la dio a Celden.

-Eres el único que puedes soportar nuestro peso, por nada del mundo sueltes esta soga ¿entiendes? –el hombre asintió con la cabeza con lentitud.

-¡¿Confías nuestra vida a este retrasado?! –gritó Tiberius.

-¿Prefieres ser tú el que sostenga la soga? –el presidario no respondió -.Entonces maten la boca cerrada. Vamos.

Ataron la punta de la soga a una roca mientras Celden sostenía otra parte. Barrok se ató el otro extremo a la cintura, y comenzó a descender por la barranca. Las piedras irregulares y el fuerte viento le dificultaban la tarea, no obstante logró llegar casi hasta a la altura del mar, miró hacia un lado y a otro y, divisó no muy lejos, una cueva. Avisó por medio de gritos a sus compañeros de su hallazgo. Y luego se desplazó al lugar. Aguardó a que Tiberius y Nomed descendieran. Una vez juntos prendieron antorchas decididos a revisar la cueva.

 

*  *  *

 

A través de un largo pasillo los tres hombres caminaban, con el general a la cabeza.

-Este lugar es interminable –Tiberius miraba a un lado y a otro.

-Sé que es lo que piensas, Barrok –exclamó Nomed por lo bajo.

-¿Puedes leer la mente, también? –no desvió la mirada del camino.

-No. Pero aunque pudiera tampoco me haría falta. Crees que el hombre que nos atacó está involucrado en este hecho ¿no es así?

-Quien nos atacó domina la magia. La enfermedad y que los muertos vuelvan a la vida es producto de magia también. Sería mucha coincidencia que sean hechos separados –admitió Barrok -.La razón de porque hizo esto, no lo sé.

-Cuando lo solucionemos, buscaremos las causas del accionar de este hombre –Nomed sonrió y Barrok comenzó a sentir cierta tranquilidad de tenerlo de su lado.

Con pocas palabras de por medio los tres siguieron adelante por más de media hora. En ocasiones Tiberius debía aferrarse a las húmedas rocas de la pared para no caer, su fiebre iba en aumento y ya le costaba hasta ver con claridad, sin embargo su orgullo le impedía ser ayudado por alguno de sus compañeros. Transpiraba continuamente y tenía el cuerpo llenó de postulas incluso en el rostro. Nomed estaba a punto de sugerir un descanso para que Tiberius recuperara algo de fuerza, sin embargo no llegó a hacer el pedido puesto que el camino por donde transitaban se abría en un espacio mucho más amplio.

Los tres hombres observaron asombrados el lugar, les costaba creer que fuera hecho naturalmente. Estaba vacío excepto por un pequeño altar construidos en madera ubicado en el centro de la habitación. Mientras que estalactitas y estalagmitas decoraban techos y pisos.

-¿Qué… que rayos es… todo esto? –Tiberius respiraba con dificultad -¿Dónde… estamos?

-Si no me equivocó exactamente por debajo del centro del pueblo –Barrok no quitaba los ojos del altar. Nomed asintió con la cabeza demostrando que había llegado a la misma conclusión.

-¿Sientes magia? –preguntó el general al joven.

-Mucha. Sobre todo de ese altar.

-Entonces… destruyámoslo a ver que… sucede.

-Es lo más sensato que has dicho, Tiberius.

Barrok desenfundó la espada pero se detuvo pocos pasos antes de llegar. Pequeños seres aparecieron detrás de las estalagmitas. Median un poco más medio metro, con cuerpos delgados y deformes, orejas largas y puntiagudas, y rostros de hienas. Estaban armados con palos, a excepción de uno que tenía un báculo con joyas en la punta.

-Trasgos –exclamó Barrok con dientes apretados.

Los tres guerreros se vieron rodeados por más de una decena de enemigos.

 

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