Capítulo 7
-Es un eunuco, de eso no hay duda. Oí a algunos soldados referirse a él de
esa forma –Nomed explicaba la información que había recogido acerca de Ilei.
-Ya decía yo que había algo raro –agregó Tainina.
-Por lo general, esta clase de gente logran llegar a ser muy influentes
sobre las decisiones de las personas, ésta no parece ser la excepción. No solo
el supuesto rey parece tenerle afecto, sino también muchos guardias.
-Tenemos que descubrir si es él quien está detrás de la descabellada idea
de que Afia se convierta en un reino independiente –fue Barrok esta vez quien
habló.
-¿A quién le importa eso? –exclamó la mujer de cabello rojo -.Lo importante
es detener toda la degeneración que existe en este lugar.
-Presiento que una cosa resolverá lo otro. Pero de momento debemos saber si
es Ilei el responsable de todo o es solo un ser particular. Sugiero hacer
averiguaciones por fuera de este castillo donde encontremos visiones más
imparciales –sugirió Nomed.
-Entonces así lo haremos.
-Ustedes vayan a la ciudad si quieren, pero yo creo que podré sacar cierta
información aquí mismo –dijo Tainina a los hombres.
-Yo… me quedo… también –pidió siempre con dificultad Celden.
-De acuerdo, ustedes quédense, Nomed y yo iremos al pueblo.
-Y ¿Tiberius?
-Su comportamiento no ha sido el mejor desde que llegamos, esta… conforme
con la situación de este lugar. Por ello creo que lo mejor será que en este
caso quede al margen de nuestras acciones –respondió Nomed.
-Sí, eso será lo mejor –sentenció el general.
Sin demorarse en más charlas los cuatro presidarios se dividieron en grupos
de dos y se predispusieron para avanzar en el plan.
* *
*
Tainina y Celden transitaban por una de las galerías del castillo a paso
lento, tenían los ojos depositados en una edificación que se alzaba a unos
pocos metros de distancia, allí era donde descansaban la servidumbre.
Al arribar golpearon y una vez permitido el ingreso, preguntaron por la
persona que buscaban. Le indicaron una habitación y hacia allí se dirigieron.
Al entrar encontraron una niña recostada sobre un viejo y rotoso colchón sobre
el suelo. La pequeña, que apenas alcanzaba los nueve años, vestía harapos
similares a la de todos los sirvientes. Cuando la chiquilla vio a los
visitantes se puso de pie de un salto y realizó una reverencia.
-¿Pudo ayudarlos en algo? –dijo.
-Sin duda que puedes –sonrió Tainina.
La niña los observó extrañados.
* *
*
Sobre de dos caballos Barrok y Nomed arribaron al centro de la ciudad. El
lugar esta abarrotado de gente que se trasladaba de un lado a otro cargando
objetos y alimentos, mientras que en las tiendas callejeras se encargaban de
venderlas.
-Y ¿ahora? –preguntó el general.
-Deberíamos consultar a alguien con respecto al eunuco.
-Sí, pero ¿a quién?
-Esa es una buena pregunta.
Los dos hombres miraban hacia un lado y otro. Ninguna persona parecía
sobresalir sobre la otra, todas ocupadas en sus propios asuntos y problemas. En
un momento Barrok codeó a su compañero y luego le señaló a un comerciante con
un ligero movimiento de la cabeza. Se trataba de un hombre ya anciano con una
larga barba blanca y con un cuerpo escuálido.
-¿Por qué él? –preguntó Nomed cuando se estaban acercando.
-Porque es un hombre mayor, debe llevar muchos años aquí, supongo que sabrá
algunas cosas.
-Sí, es lo mejor que tenemos.
Cuando los dos compañeros estuvieron frente al vendedor, éste los miró con
cierto temor, pero intentando guardar la compostura comenzó a ofrecer sus
productos.
-No es eso lo que buscamos –exclamó Barrok con su rostro inmutable.
-¿Ah… no? ¿Entonces… en que puedo ayudarlos?
-Necesitamos saber algunas cosas sobre Monded, más específicamente sobre su
consejero, el eunuco Ilei.
-Shhhhhhh –los hizo callar y luego miró a un lado y a otro -.Ese nombre no
debe ser mencionado en voz alta.
-¿Por qué no?
-Las personas… bueno se ponen nerviosos en su presencia, incluso si
escuchan solo su nombre.
-Lamentamos su incomodidad, pero en verdad necesitamos saber sobre él –intervino
Nomed.
-Yo… no puedo… estoy ocupado.
-¡Escúchame anciano… -comenzó Barrok pero su compañero lo detuvo.
-Déjame intentar a mí, esta vez –pidió.
Rebuscó en el bolsillo de su pantalón, y sacó unas pocas monedas y se las
ofreció al comerciante.
-De acuerdo, de acuerdo –dijo luego de unos segundos de pensarlo y con el
dinero en la mano -.Pero no hablen en voz fuerte ¿Qué desean saber?
Los dos hombres sonrieron satisfechos.
* *
*
-¿Así que Barrok no está bien de la cabeza? -preguntó el rey Monded
acariciándose el mentón.
-En efecto, mi señor –Tiberius permanecía arrodillado -.Él cree que es el
líder del grupo porque nosotros así se lo hacemos creer. Pero el verdadero
líder soy yo –intentaba simular su sonrisa.
-Ya veo.
-Por supuesto le pediría que no mencione esta conversación con él. Pero
sepa que es a mí a quien tiene que recurrir para cualquier cosa que necesite.
-Desde luego, desde luego. Bien supongo que no me cuesta nada seguirle la
corriente a Barrok ¿verdad? –preguntó a Ilei a su lado.
-Por supuesto, mi señor –le apoyó su mano delicada en el hombro y el
monarca se estremeció -.Bien –se corrigió la garganta -.Si no tienes nada más
puedes retírate, Tiberius.
-Nada más, mi señor.
El hombre prestaba más atención al eunuco al lado del rey. No sabía porque
pero aquel ser que debía causarle asco le hacía nacer sentimientos
completamente opuestos, lo apasionaba, lo seducía, y por más que lo intentara
no podía dejar de mirarlo. Tuvo que hacer un esfuerzo enorme para ponerse en
pie y retirarse de la sala.
A paso lento ingresó en un enorme baño ubicado en la planta baja del
castillo, donde se hallaba un estanque natural con agua caliente y rocas de
montaña. Se quitó la ropa y se sumergió en el agua. Pudo sentir como la calidez
le iba aflojando los músculos y lo relajaba. Rio a carcajadas al recordar que
no podía apartar los ojos del eunuco, ahora a la lejanía le pareció ridículo.
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando oyó un ruido a sus espaldas giró y
vio a Ilei tapado solo con una toalla.
-¿Le molesta si le acompañó? –preguntó con delicadeza y sensualidad.
Tiberius no esbozó una respuesta, solo atinó a asentir con suavidad con la
cabeza en forma negativa, y luego solo se dedicó a contemplar como el eunuco
ingresaba al agua y se despojaba de la toalla.
* *
*
Barrok y Nomed a veloz galope volvían al castillo. Entre lo que habían oído
y las conclusiones a las que habían arribado sabían que el resto de sus
compañeros estaban en peligro.
“El eunuco tienen la capacidad de hacer que los demás obedezcan su voluntad
sin importar cuál sea ésta, no me explico como lo hace pero tiene un gran
poder. Nuestro señor Monded era un buen y justo hombre, leal al reino de
Anaviv. Pero desde que Ilei está a su lado le ha confundido la mente al punto
tal que se ha revelado contra el reino. Si quieren mi consejo les recomiendo
que no se acerquen a ese ser” –le había dicho el comerciante del pueblo.
-¡Hay magia en todo esto también, Barrok! –exclamó Nomed, el general
asintió compartiendo los pensamientos del joven.
* *
*
Tainina junto Celden salieron de la habitación de la niña. Todo lo que
habían oído los había perturbado. Le pequeña señalaba a Ilei como el
responsable de los cambios de actitud del Monded. Peor aún había sido el eunuco
quien impulsara las orgias en público y la libertad para que cada quien hiciese
lo que deseara con los demás.
-¿Q… qué vamos a… hacer? –pregunto el obeso presidario.
-Aguardaremos a que Barrok regrese y entonces actuaremos.
*
* *
Tiberius veía como los rosados labios de Ilei se movían con delicadeza y
lentitud, sabía que estaba hablando pero le era imposible entenderlo,
escucharlo o poner su mente en orden. La única idea que le rondaba en la mente
era de tenerlo, ya sea sometiéndolo o por voluntad del eunuco, nada más le
importaba.
-¿Le aburre mi platica? –preguntó el consejero.
-P… para nada –respondió el presidario.
-¡Qué bueno! –sonrió con dulzura.
El monologo continuó, mientras el ex presidario intentaba mantener su mente
claro, pero le resultaba imposible, su libido estaba ahora controlando todo su
ser. Intentó resistirse hasta donde pudo, pero finalmente flaqueó y cayó ante
los encantos del eunuco. Se le acercó, lo hizo voltearse, lo tomó de la cintura
con sus enormes manos y lo sometió. Pero lejos de lo que imaginaba, Ilei no se
resistía. Todo lo contrario, consentía lo que sucedía. Tiberius pensaba que
tenía el control, pero no era así, cada segundo que pasaba perdía más y más la
autonomía sobre sí mismo.
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